Cuando leí uno de los libros de Jorge Bucay y Silvia Salinas .
"TODO (NO) TERMINÓ"
Bucay Narra un cuento que me dio respuesta a muchos interrogantes, y hoy lo quiero compartir contigo.
Hubo una vez una isla donde habitaban todas las emociones y
todos los sentimientos humanos que existen. Convivían, por supuesto, el
Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio...Todos
estaban allí. A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era
sumamente tranquila e incluso previsible. A veces la Rutina hacía que el
Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero
muchas veces la Constancia y la Convivencia lograban aquietar el Descontento.
Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, el Conocimiento
convocó una reunión. Cuando la Distracción se dio por enterada y la Pereza
llegó al lugar de encuentro, todos estuvieron presentes.
Entonces, el Conocimiento dijo:
-Tengo una mala noticia que darles: la isla se hunde.
Todas las emociones que vivían en la isla dijeron:
-¡No, cómo puede ser! ¡Si nosotros vivimos aquí desde siempre!
El Conocimiento repitió:
-La isla se hunde.
- ¡Pero cómo puede ser! ¡Quizá estás equivocado!
- El Conocimiento casi nunca se equivoca- dijo la Conciencia dándose cuenta
de la verdad-. Si él dice que se hunde, debe ser porque se hunde.
- ¿Pero qué vamos a hacer ahora?- se preguntaron los demás.
Entonces, el Conocimiento contestó:
- Por supuesto, cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo les sugiero que
busquen la manera de dejar la isla...Construyan un barco, un bote, una balsa
o algo que les permita irse, porque el que permanezca en la isla desaparecerá
con ella.
- ¿No podrías ayudarnos?- le preguntaron todos, porque confiaban en su
capacidad.
- No –dijo el Conocimiento-, la Previsión y yo hemos construido un avión y en
cuanto termine de decirles esto volaremos hasta la isla más cercana.
Las emociones dijeron:
-¡No! ¡Pero no! ¿Qué será de nosotros?
Dicho esto, el Conocimiento se subió al avión con su socia y, llevando de
polizón al Miedo, que como no es zonzo ya se había escondido en el motor,
dejaron la isla.
Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco,
un velero...Todas...salvo el Amor.
Porque el Amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo:
-Dejar la isla...después de todo los que viví aquí...¿Cómo podría yo dejar
este arbolito, por ejemplo? Ahhh...compartimos tantas cosas...
Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio para irse, el Amor
se subió a cada árbol, olió cada rosa, se fue hasta la playa y se revolcó en
la arena como solía hacerlo en otros tiempos. Tocó cada piedra...y acarició
cada rama...
Al llegar a la playa, exactamente desde donde el sol salía, su lugar
favorito, quiso pensar con esa ingenuidad que tiene el amor:
“Quizá la isla se hunda por un ratito...y después resurja...¿por qué no?”
Y se quedó durante días y días midiendo la altura de la marea para revisar si
el proceso de hundimiento no era reversible...
La isla se hundía cada vez más...
Sin embargo, el Amor no podía pensar en construir, porque estaba tan dolorido
que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería.
Se le ocurrió entonces que la isla era muy grande, y que aun cuando se
hundiera un poco, siempre él podría refugiarse en la zona más alta...
Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había
sido un problema para él.
Así que, una vez más, tocó las piedritas de la orilla...y se arrastró por la
arena...y otra vez se mojó los pies en la pequeña playa que otrora fue
enorme...
Luego, sin darse cuenta demasiado de su renuncia, caminó hasta la parte norte
de la isla, que si bien no era la que más le gustaba, era la más elevada...
Y la isla se hundía cada día un poco más...
Y el Amor se refugiaba cada día en un espacio más pequeño...
- Después de tantas cosas que pasamos juntos...- le reprochó a la isla.
Hasta que, finalmente, sólo quedó una minúscula porción de suelo firme; el
resto había sido tapado completamente por el agua.
Justo en ese momento el Amor se dio cuenta de que la isla se estaba hundiendo
de verdad. Comprendió que, si no la dejaba, el amor desaparecería para
siempre de la faz de la Tierra...
Caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, el Amor
se dirigió a la bahía.
Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había
perdido demasiado tiempo en negar lo que perdía y en llorar lo que
desaparecía poco a poco entre sus ojos.
Desde allí podría ver pasar a sus compañeros en las embarcaciones. Tenía la
esperanza de explicar su situación y de que alguno de sus compañeros le
comprendiera y le llevara.
Observando el mar, vio venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. La
Riqueza de acercó un poquito a la bahía.
-Riqueza, tú que tienes un barco tan grande, ¿no me llevarías hasta la isla
vecina? Yo sufrí tanto la desaparición de esta isla que no pude fabricarme un
bote...
Y la Riqueza le contestó:
- Estoy tan cargada de dinero, de joyas y de piedras preciosas, que no tengo
lugar para ti, lo siento...- y siguió su camino sin mirar atrás.
El Amor siguió observando, y vio venir a la Vanidad en un barco hermoso,
lleno de adornos, cárieles, mármoles y florecitas de todos los colores.
Llamaba muchísimo la atención.
El Amor se estiró un poco y gritó:
-¡Vanidad...Vanidad...llévame contigo!
La Vanidad miró al Amor y le dijo:
- Me encantaría llevarte, pero...¡tienes un aspecto!...¡estás tan
desagradable...tan sucio y tan desaliñado!...Perdón, pero creo que afearías
mi barco- y se fue.
Y así, el Amor pidió ayuda a cada una de las emociones. A la Constancia, a la
Sensualidad, a los Celos, a la Indignación y hasta al Odio. Y cuando pensó que
ya nadie más pasaría, vio acercarse un barco muy pequeño, el último, el de la
Tristeza.
- Tristeza, hermana- le dijo-, tú que me conoces tanto, tú no me abandonarás
aquí, eres tan sensible como yo...¿Me llevarás contigo?
Y la Tristeza le contestó:
- Yo te llevaría, te lo aseguro, pero estoy taaaaaan triste....que prefiero
estar sola- y sin decir más se alejó.
Y el Amor, pobrecito, se dio cuenta de que por haberse quedado ligado a esas
cosas que tanto amaba, él y la isla iban a hundirse en el mar hasta
desaparecer.
Entonces se sentó en el último pedacito que quedaba de su isla a esperar el
final...
De pronto, el Amor escuchó que alguien chistaba:
- Chst- chst-chst...
Era un desconocido viejito que le hacía señas desde un bote de remos.
El Amor se sorprendió:
-¿A mi?- preguntó, llevándose una mano al pecho.
- Si, si- dijo el viejito- a ti. Ven conmigo, súbete a mi bote y rema
conmigo, yo te salvo.
El Amor le miró y quiso darle explicaciones:
- Lo que pasó fue que me quedé...
- Entiendo- dijo el viejito sin dejarle terminar la frase-, sube.
El Amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla.
No pasó mucho tiempo antes de ver cómo el último centímetro que quedaba a
flote terminó de hundirse y la isla desaparecería para siempre.
- Nunca volverá a existir una isla como esta- murmuró el Amor, quizá
esperando que el viejito le contradijera y le diera alguna esperanza.
- No – dijo el viejito-, como ésta, nunca.
Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor comprendió que seguía vivo.
Se dio cuenta de que iba a seguir existiendo.
Giró sobre sus pies para agradecerle al viejito, pero éste, sin decir una
palabra, se había marchado tan misteriosamente como había aparecido.
Entonces, el Amor, muy intrigado, fue en busca de la Sabiduría para
preguntarle:
-¿Cómo puede ser? Yo no lo conozco y él me salvó...Nadie comprendía que me
hubiera quedado sin embarcación, pero él me ayudó, él me salvó y yo no ni
siquiera se quién es...
La Sabiduría lo miró a los ojos un buen rato y dijo:
- Él es el único capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de
una pérdida le hace creer que es imposible seguir adelante.
El único
capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse. El
que te salvó, Amor, es el Tiempo.
JORGE BUCAY.
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martes, 29 de mayo de 2012
EL TIEMPO Y EL AMOR.....
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